Momentos fugaces



 No tengo la fecha precisa en la que te conocí, pero guardo vívidos recuerdos de aquellos días en los que te veía con tu uniforme de colegiala, completamente arreglada y concentrada en tus clases virtuales. Así comenzó toda esta historia, un capítulo que se escribía día a día. Nuestras conversaciones eran constantes, cada día cargado de risas y precauciones, ya que tu padre no aprobaba que descuidaras tus estudios. Era una especie de locura, hacer algo prohibido le añadía un toque de emoción a nuestra rutina, y como siempre digo, prohibir algo es avivar el deseo.


Así transcurrieron los días, llenos de esa mezcla única de risas y precauciones. Cada jornada me acostumbraba más a tu presencia, y aunque los días volaban, podía estar hablando contigo durante horas, deseando que ese instante fugaz nunca terminara. Después de meses de tratarnos, de hablar y compartir risas, nos alejamos. Era raro escucharnos, y llegué a pensar que tal vez te había olvidado.


Sin embargo, regresaste de la nada, con esa sonrisa cautivadora y esa mirada tan hermosa que, sin previo aviso, reclamaron mi atención de nuevo. Me sumergí en esa belleza, y el calor abrazador de tu risa me envolvió de nuevo. Como si el tiempo no hubiera pasado, me perdí de nuevo en la magia de tu presencia, recordando con cada sonrisa por qué esos días fueron tan especiales.

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