La luna llena en una noche de otoño
En una noche de otoño, donde mis pensamientos se agitaban y el sueño se resistía a acercarse, decidí salir al césped. Bajo la sombra protectora de un imponente roble, plantado por mi abuelo, me acosté en busca de calma. Mi mente era un torbellino de preguntas y deseos: quería realizar mil cosas, pero la indecisión se apoderaba de mí.
De repente, un susurro en el aire indicó la llegada de un viento fresco. Observé cómo las hojas doradas del robusto roble caían lentamente, destacando su esplendor en la oscuridad. Al alzar la vista al cielo, presencié cómo el viento, como un director de orquesta, desprendía cada hoja de su rama.
Fue entonces cuando mi mente comenzó a tejer una conexión simbólica. Me vi a mí mismo como un árbol, y las hojas que caían representaban los momentos vividos, amigos, familiares y experiencias. Cada hoja, mecida por el viento, era una aventura: un paseo con amigos, el encuentro con una persona especial o una noche de celebración. Algunas caían rápidamente, otras en remolinos caprichosos, cada una con su propia identidad, como las piezas de un rompecabezas de recuerdos.
A medida que las hojas se desplazaban hacia el suelo, se cerraba un capítulo. La forma en que tocaban el suelo era como la conclusión de una relación, un momento especial o una experiencia. Bajo la luminosidad de la luna llena, sentí que ella misma era la representación de la complejidad de mis acciones, como si estuviera completamente inmersa en cada uno de mis recuerdos.
Bajo esa luna llena, entre la melancolía y la aceptación, reflexioné sobre la diversidad de mi vida, la complejidad de mis experiencias y la plenitud de cada momento vivido.
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