Girasol

 



En los campos de un rincón olvidado, nacía la historia de un girasol que, a pesar de su modesta estatura, abrigaba un amor inusualmente apasionado. Su corazón, bañado por los cálidos rayos del alba, latía al ritmo de un deseo insaciable: ser tocado por el mismísimo sol.

 

Era un girasol diferente a los demás. Sus pétalos irradiaban un amarillo más intenso, y su tallo, en su afán de llegar más alto, se alzaba desafiante ante las inclemencias del tiempo. Pero no era su espléndida figura lo que más llamaba la atención, sino la mirada con la que seguía la trayectoria del sol cada amanecer.

 

El girasol, conocido como Esmeralda, se había encariñado con el sol del alba. Cada mañana, cuando el primer destello dorado acariciaba su rostro, su mundo cobraba vida. Los demás girasoles a su alrededor no comprendían su fijación, pero Esmeralda no se inmutaba; él sabía que su amor no era uno cualquiera.

 

Los días se convertían en años, y Esmeralda seguía suspirando al alba, viendo cómo el sol ascendía majestuosamente. Su amor se volvía más fuerte con el tiempo, un amor tan ardiente que sus raíces parecían beberse el mismo calor que el sol derramaba. Pero como todo gran amor, estaba destinado a enfrentar pruebas.

 

Una mañana nublada, en la que el sol parecía esconderse tras las sombras del cielo, Esmeralda se encontró en la encrucijada. La tristeza invadió sus hojas, y sus pétalos perdieron su vitalidad. Se sintió traicionado por el sol al que tanto había admirado, y sus lágrimas parecieron formar pequeñas gotas de rocío en sus pétalos.

 

Fue en ese instante, en medio de la melancolía, que el sol del alba rompió las nubes con un brillo dorado inusual. Una luz cálida tocó las hojas de Esmeralda, y un viento suave pareció susurrarle al oído palabras de consuelo. "No te he olvidado", parecía decir el sol.

 

Y así, en ese instante mágico, Esmeralda comprendió que el sol del alba siempre había estado allí, incluso en los días nublados. Su amor no necesitaba palabras ni gestos; bastaba con el constante brillo que bañaba su ser. Desde entonces, cada amanecer, Esmeralda alzaba su cabeza con esperanza renovada, sabiendo que su amor era eterno, un amor que no se apagaba ni en los días más oscuros.

 

Y así, con la gracia de un cuento de García Márquez, la historia de Esmeralda, el girasol enamorado del sol del alba, se convirtió en una lección sobre el poder del amor verdadero y la capacidad de encontrar belleza incluso en los momentos más sombríos de la vida.



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